Leo en la primera plana del Washington Post que poco antes de ser asesinado, el periodista Jamal Khashoggi, un duro crĂtico del casi poder absoluto de la corona en su natal Arabia Saudita, detectĂł un cambio drástico en los comentarios que recibĂa por su trabajo:
“Las habituales crĂticas a sus artĂculos en las redes sociales árabes se volvieron mensajes ásperos, personales, incluso amenazantes. SaudĂs influyentes lo injuriaban en Twitter llamándolo ‘extremista’, ‘criminal’ y ‘burro’, ataques que eran instantáneamente repetidos y amplificados por montones de otras cuentas de Twitter, algunas de ellas vinculadas a funcionarios saudĂs.
“Diez meses despuĂ©s, Khashoggi estaba muerto, su cuerpo destazado por agentes saudĂs que le tendieron una trampa para atraerlo al consulado saudĂ en Estambul, presuntamente por ordenes del prĂncipe Mohammed bin Salman, el poderoso heredero de la corona”, relata el reportaje de Joby Warrick.
¿Entonces no pesan las palabras? ¿Entonces a las palabras no se las lleva el viento?
No puedo dejar de pensar que en MĂ©xico desde el pĂşlpito del hombre más poderoso del paĂs, el presidente AndrĂ©s Manuel LĂłpez Obrador, el tono de los ataques que recibe cualquier periodista crĂtico empatan con los que recibĂa Khashoggi antes de su muerte. Se sueltan injurias y adjetivos sin pensar en consecuencias. Los dice el presidente. Los replican sus funcionarios del gabinete, sus legisladores, sus partidarios. Los reproducen sus voceros formales e informales. Criminal, le decĂan por Twitter a Khashoggi. Sicario, dicen aquĂ. Y el mismo modus operandi: en el acto, hordas de cuentas de Twitter repiten y amplifican el mensaje.
No voy a dejar de levantar las alertas ni voy a dejar de decirlo: en un paĂs con los niveles de violencia e impunidad que tiene MĂ©xico, la violencia verbal se convierte fácilmente en violencia fĂsica. Por ello, el presidente LĂłpez Obrador es una amenaza a la libertad de expresiĂłn. Lo han denunciado todas las organizaciones que buscan defender este derecho. El presidente de MĂ©xico es una vergĂĽenza internacional cuando se trata de respeto a la crĂtica, una referencia mundial de lo que no debe hacerse.
El presidente de MĂ©xico tiene un concepto peculiar del poder. Cree que es legĂtimo usarlo para destruir a quienes no piensan como Ă©l y echa mano abiertamente de los recursos e instrumentos del gobierno y del Estado para ello. Al mismo tiempo se dice demĂłcrata y tolerante. No es lo uno ni lo otro. Y no es nuevo, es fácil documentar sus dichos y sus actos en contra de ciudadanos y periodistas que lo critican o publican informaciĂłn que no se ajusta a su muy particular visiĂłn de la realidad, durante toda su carrera polĂtica.
Sus propagandistas oficiales y oficiosos se hacen eco de las injurias, amenazas e intimidaciones. La estructura de comunicaciĂłn que ha construido no es la de un gobierno demĂłcrata sino un aparato oficial de propaganda, una maquinaria diseñada para restringir la libertad de expresiĂłn que se parece más a los de regĂmenes iliberales como los que se han consolidado en años recientes en el mundo o a los de sistemas francamente autocráticos. SĂ, como el de Arabia Saudita.
source https://sanluis.eluniversal.com.mx/content/primero-lo-insultaron-en-twitter-luego-lo-descuartizaron
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